Sabemos que los griegos del mundo clásico, a partir del siglo V a.C., se cuestionaron el concepto de belleza y sus relaciones con las artes y con la filosofía. Es este espacio, que tiene en Platón un primer gran referente, cierto modelo de perfección se entendió como generando un sistema completo, en una continuidad indisoluble entre lo éticamente o moralmente virtuoso, lo bueno; lo sensible y estéticamente agradable, lo bello; y lo intelectualmente y lógicamente correcto, lo verdadero. Es decir que lo bello es una “tríada inseparable”, como dirá Anne Cauquelin en su texto de 2012, Las Teorías del arte, que funciona como principio único de ordenamiento y que da acceso a la inteligibilidad y sin el cual el mundo sería un caos, que da consistencia a los seres y que no puede encontrarse en lo diverso, lo abigarrado, lo mezclado, lo sensible y los fenómenos dispersos.
Para Platón lo bello está muy cerca de lo ordenado, lo justo, lo moderado, lo temperado y lo armonioso, nociones aplicables no sólo a lo sensible sino también a lo espiritual e intelectual. Por otro lado tenemos otra vertiente que retoma el referente de lo bello como propio del arte, pero apunta a desvincularlo de la dimensión ética de lo bueno para garantizarle un reino autónomo, intentando considerarlo ahora como una creación artificial con criterios de validez y corrección internos, primordialmente estéticos. Como señala Juan Manuel Díaz Leguizamón, en De lo sacrificial en el arte (2016), es el caso de Aristóteles, uno de los primeros en sistematizar una serie de reglas para evaluar si una obra de ficción está bien hecha, dejando en un segundo plano su carácter epistemológico de verdad y su contenido moral virtuoso, al menos no considerándolos de manera tan directa como antes, cuando se entendían como haciendo parte de una esfera única.
De esta manera la idea de lo bello sigue siendo normativa de muchas de las técnicas que hoy clasificamos como arte, si bien se restringe a criterios más superficiales, reducidos a la percepción sensible e intelectual: aquello que es valioso por sí mismo y a la vez nos agrada, como la armonía, la proporción, la simetría, los límites, la definición, la completitud, entre otros. Esta es la base de lo que después entenderemos como la estética. La estética clásica.
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