Muchos movimientos sociales, artísticos y culturales en general entran en la definición de Contracultura. Si bien el concepto parece haber sido acuñado por historiador estadounidense Theodore Roszak en su libro de 1968, El nacimiento de una contracultura ("The Making of a Counter Culture"), algunas otras fuentes señalan a John Milton Yinger como su creador, quien lo usó en un artículo de 1960 en el American Sociological Review, pero sin la trascendencia que tuvo después, porque su significado era muy limitado a su ámbito académico. De hecho, el concepto de Roszak ha traspasado al espacio y el tiempo de la década de 1960 y sigue usándose hoy en día.
Dondequiera que el sistema normativo de un grupo contenga, como elemento primario, un tema de conflicto con los valores de la sociedad en su conjunto, donde las variables de personalidad estén directamente involucradas en el desarrollo y mantenimiento de los valores del grupo, y donde sus normas puedan ser entendidas sólo por referencia a las relaciones del grupo con la cultura dominante circundante, se puede hablar de contracultura. En estos tiempos digitales también hay acciones que se enfrentan al sistema. Sin embargo, y esto es lo más curioso, al final todos esos movimientos terminan absorbidos por el mismo sistema que tratan de combatir. La misma industria cultural se encarga de transformarlos en mercancía y en hechos de moda.
Por ejemplo, se ve a la juventud y a las tribus urbanas en una constante búsqueda de identidad y rebelión. Es lo que sociólogos y antropólogos identifican, justamente, como "la búsqueda de identidad juvenil". Los jóvenes suelen sentirse seguros dentro del grupo social de pertenencia, en el cual las leyes establecidas por la sociedad llegan a pasar a segundo plano. Pero muy pronto son absorbidos por las modas y la sociedad de consumo. Pasó con el hippismo, con el punk, con el grunge y con las modas de las redes sociales.
La mercantilización de los símbolos contraculturales son la prueba de como la rebeldía es disuelta en el mercado. Los símbolos de rebeldía ahora están disponibles en un aparador comercial; no expresan más que gustos y orientaciones individuales, pero no conmueven los cimientos de la sociedad. Se dice que la contracultura no pretende adquirir poder político, sino que más bien impulsa al individuo a con libertad, sin preocuparse de las propias leyes establecidas por la sociedad. Pero al final esto no sucede. Se busca el cambio en las normas establecidas, lo que llega a provocar disputas entre la sociedad; incluso algunas de ellas llegan a tal magnitud que forman parte del mundo del mito (como el mayo francés de1968), pero su impacto termina apagado y banalizado. Hoy vemos todos esos movimientos más como una moda o una anécdota, que como una verdadera revolución.
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