Este movimiento se asocia con la teoría de la deconstrucción, que se considera una posición post-estructuralista de análisis de la realidad, basada en las paradojas y aplicada a diversas disciplinas. Es la complejidad y la contradicción como forma de pensamiento. La modernidad se ve afectada por estos cuestionamientos, que derivan en distintas versiones posmodernas: el tardo-modernismo, el neo-modernismo, el re-modernismo y el hipermodernismo. En la arquitectura esto se nota fuertemente, pero también en todas las artes, la literatura, la moda y en la cultura occidental en general.
La hipermodernidad se relaciona con el digitalismo, que es el momento histórico y cultural que estamos viviendo en estas primeras décadas del siglo XXI y que a su vez se asocia con las ideas de modernidad líquida, en la que los cambios son constantes y representa una realidad de la transitoriedad. Al contrario de los sólidos, que conservan su forma y persisten en el tiempo, los líquidos son informes y se transforman constantemente, o sea, fluyen. Así es lo hipermoderno. Un ejemplo lo es la desregulación, la flexibilización o la liberalización de los mercados, así como la aceptación de toda forma expresiva cambiante y efímera.
Estas subdivisiones, como ocurre en toda descripción histórica, son ciertamente relativas y no exactas, ni en tiempo ni en lugar, pero sirven para darnos una idea de cómo se ven (o se veían) las cosas en algún momento del pasado cercano. Para nuestro caso, conocer estas referencias es importante porque la era digital y su estética están ligadas, sin duda, a todas estas revoluciones artísticas de las últimas décadas.
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