En su libro La aventura semiológica de 1985, el filósofo y semiólogo francés Roland Barthes (1915-1980) expone la idea del objeto como hecho semántico. En primer término se acepta que objeto es lo fabricado, bien sea físcamente o fácticamente. Luego se define al objeto como signo, puesto que está cargado de contenidos y significaciones. Como signo tiene dos cualidades: la simbólica y la taxonómica. Y de allí se deduce que todo objeto tiene un contenido semántico, aunque de partida pueda no tenerlo, pero con su integración a la cultura termine asumiéndolo.
Siendo así, un caso límite es aquel objeto que no tiene uso ni sentido, que es una cosa absoluta. Sin embargo, desde el momento en que una sociedad intenta darle sentido, pasa a tener una significancia. Inclusive como hecho o objeto insignificante. Un objeto insólito puede que esté fuera de un sentido claramente comprensible, pero desde el momento en que una se pregunta "¿qué es esto?" se genera una forma de significación. Señala Barthes: "Hablando de manera general, en nuestra sociedad no hay objetos que no terminen por proporcionar un sentido y reintegrar ese gran código de los objetos en medio del cual vivimos" (pág. 254).
Así entonces, los objetos, además de presentarse como cosas o hechos funcionales, están cargados de sentido. Son mediadores entre el mundo y el hombre bien sea desde su aspecto utilitario, bien sea desde su aspecto semántico. El sentido de alguna manera desactiva al objeto y le asigna un valor en el imaginario humano. Y concluye Roland Barthes que el sentido es siempre un hecho de cultura, un producto de la cultura; es por esto que la realidad del objeto es sobrepasada por su significado, como resultado de lo que se puede llamar su domesticación. Es su reconversión desde la función hasta su semantización.
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