Ahora bien, en las últimas décadas, la expansión del mundo digital, internet y la Web, han cambiado de alguna manera los horizontes de aquella hermenéutica original. La carga de contenidos que la comunicación contemporánea lleva y transmite es tal, que hace enorme el campo interpretativo de todo tipo de textos. Vamos en camino de alcanzar una situación en la que, en principio, todo lo que se conoce y se ha conocido y registrado puede hacerse accesible a cualquier persona en cualquier momento. Irónicamente, esta accesibilidad satura de información, por lo que el campo de la hermenéutica se dilata enormemente. Dado que ésta es la interpretación de textos en la teología, la filología y la crítica literaria, pero además en la filosofía es la doctrina según la cual los hechos sociales (y quizás también los naturales) son símbolos o textos que deben interpretarse en lugar de describirse (representarse) y explicarse objetivamente, el mundo digital ofrece un universo de contenidos tan grande que nos acerca a la famosa biblioteca de Babel de Jorge Luis Borges.
Cuando los sistemas de comunicación, de símbolos, de textos e hipertextos se sobrecargan, se hace necesaria una hermenéutica que sea capaz de interpretar y administrar ese volumen de conocimiento disponible. Es por esto que hoy debemos repensar, bajo la concepción digitalista, la manera como analizamos y usamos esa ingente información. El mundo de las relaciones simbólicas está abierto, y los seres humanos son llevados a tener que estudiar y discriminar ese caudal codificado. La conciencia humana tiene la necesidad inherente de relacionar, conscientemente, los datos de su entorno. ¿Cómo se puede lograr eso, con la amplísima red de conocimientos que son accesibles en el planeta? La respuesta debe darla la hermenéutica del digitalismo.
Ilustración de Roig de Diego. |
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