En la entrada de ayer hice referencia al libro Eros y Civilización de 1953 del filósofo de la escuela Crítica de Frankfurt, Herbert Marcuse, en particular a su capítulo IX, La dimensión estética, que trata sobre la forma cómo la imaginación, a través de las manifestaciones estéticas, se contrapone al principio de realidad en la cultura, que se presenta como una forma social represiva. El problema que destaca Marcuse es la manera cómo se ha de entender la estética, que es un concepto plurivalente desde la época de Kant.
Hay una aproximación a lo estético desde los sentidos, que no coincide con la aproximación que parte de lo bello, y que finalmente se relaciona con el arte. Más aún, destaca Marcuse que "la dimensión estética y el correspondiente sentimiento de placer aparecen no sólo como una tercera dimensión y facultad de la mente, sino como su centro, como el medio a través del cual la naturaleza llega a ser susceptible a la libertad, a la necesidad de la autonomía". La experiencia básica en esta dimensión es sensual antes que conceptual.
Según eso, la percepción estética es esencialmente intuición, no noción, y está acompañada del placer. Esta es una forma de contraponer la imaginación a lo real represivo, más allá de la belleza. Se esperaría que el placer derive de la percepción de la forma pura de un objeto independientemente de su materia y de sus propósitos. Tal representación es el trabajo de la imaginación. De aquí, Marcuse, sobre la base de Kant, deduce dos categorías principales que definen el orden objetivo de principios válidos para lo estético. Estos son: la determinación sin propósito y la legalidad sin ley. En la publicación siguiente trataré este tema y cómo lleva Herbert Marcuse la dimensión estética al campo de la psicología de la cultura.
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