Para cerrar esta serie de entradas referidas a la dimensión estética según Herbert Marcuse (1898-1979), plasmadas en el capítulo IX de su libro de 1953, Eros y Civilización, citaré algunas de las ideas finales que allí se exponen. Tras haber relacionado a Kant, a Hegel, a Schiller, a Jung y a Adorno, insiste en su concepto de que la imaginación es reprimida por la cultura para poder controlar la civilización, y la estética juega un papel de balance entre la liberación y la opresión.
Un buen ejemplo es esta cita: "La imaginación preserva los objetivos de aquellos procesos mentales que han permanecido libres del principio represivo de la realidad; en su función estética, estos pueden ser incorporados a la racionalidad consciente de la civilización madura". Según su punto de vista, lo bello y lo artístico son sólo manifestaciones de un intento liberador ante una civilización opresiva, contrario a las ideas que asumen que lo estético se liga a un orden no represivo.
Dice Marcuse que el orden no represivo es esencialmente un orden de abundancia, al que sólo se puede llegar cuando las necesidades básicas puedan ser satisfechas con un gasto mínimo de energía física y mental, en un mínimo tiempo. El campo de la necesidad y del trabajo es aquel de la ausencia de libertad, porque en él la existencia humana está determinada por "objetivos y funciones que no le son propios y no permiten el libre juego de las facultades y los deseos humanos". En este sentido, critica algunas de las posiciones de Freud, porque el trabajo es un hecho invariablemente represivo, cosa que el psicoanálisis no contempla, y en consecuencia, la dimensión cultural de la estética replica esta condición, más que responder al inconsciente o al subconsciente. Dice Marcuse que en términos freudianos, la moral civilizada es la moral de los instintos reprimidos. Que a su vez cancela las formas sublimes de expresión estética, permitiendo sólo formas que replican la represión que la cultura aplica a la imaginación.
Concluye: "En el sistema de dominación establecido, la estructura represiva de la razón y la organización represiva de las facultades de los sentidos se suman y se sostienen entre sí". De esta manera, la civilización coarta la libre manifestación de las formas estéticas que deberían ser propias de la imaginación liberada, más allá de su propia realidad.
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