El trabajo de impresión en xilografía llegó a Japón desde China hacia el siglo VIII. Después de varias centurias, llegó a convertirse en un arte consumado, con el nombre de Ukiyo-e. En el período Edo, entre 1600 y 1900, hubo muchos artistas que se destacaron en esta técnica, pero tal vez sea Hokusai el más conocido, por su serie de estampas de paisajes que conforman las Treinta y seis vistas del Monte Fuji, una de las cuales es, justamente, La Gran Ola de Kanagawa. Esta ha resultado ser una de las obras más significativas y representativas del arte japonés.
Sin ser grande (mide 25,7 por 37,9 cms), ha condensado diversos elementos de la vida y cultura nipona. En ella se ven tres embarcaciones tradicionales, amenazadas por una gigantesca ola, representada a la usanza oriental. Al fondo, en el horizonte está el Monte Fuji, montaña dominante en el paisaje de la isla. El artista construyó su composición ateniéndose a la filosofía del Yin y el Yang, el complemento de los opuestos, y el dinamismo se logra con una elaborada secuencia de curvas y extremos retorcidos. Las puntas de las olas parecen fractales, y el movimiento está armado según la serie de Fibonacci.
Es curioso cómo esta pintura, que incorporó algunos elementos clásicos y occidentales (el uso del Azul de Prusia, por ejemplo), se ha convertido en inspiración para decenas de artistas de todo el mundo. Pintores, ilustradores, publicistas y diseñadores se han servido de este modelo para sus trabajos. Y por supuesto, los creadores de historietas y animaciones han hecho referencia a este cuadro, que hoy en día se halla en el Museo Metropolitano de Arte en Nueva York.
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