El filósofo mexicano Adolfo Sánchez Vázquez, a quien ya he citado recientemente, señala que hay tres niveles de lo que llama "conciencia estética", es decir percepción e internalización consciente de las formas y manifestaciones que llamamos estéticas, es decir, ligadas a lo que se entiende como bello y significativo, por su puesto, en el entendido de que la belleza es siempre relativa y cultural, propia de cada sociedad, cultura y momento histórico.
Esta conciencia se manifiesta en tres niveles: 1) conciencia de la forma que se debe dar al objeto para que produzca el efecto deseado; 2) conciencia del trabajo bien realizado, indispensable para dotar a la materia de esa forma que cumple su función mágica, simbólica o artística. Este hecho remite a su vez al dominio de la técnica, que conduce al estilo; 3) conciencia de la capacidad propia o habilidad para producir la forma adecuada, desplegando el trabajo necesario para lograr el objetivo en la comunicación. Esto se traduce en el desarrollo de los oficios.
Esta concientización surge ya en los albores de la civilización, y que la coincidencia de esos tres niveles es la que establece lo que entendemos como conciencia estética, que es transversal y diacrónica. Es por esto que aún hoy podemos apreciar belleza en las pinturas rupestres que tienen más de 40.000 años de realizadas.
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