jueves, 23 de julio de 2020

Signo y simulacro (y 2)

Varios de los libros del filósofo, sociólogo y escritor francés Jean Baudrillard (1929-2007), abordan el problema de la sociedad de consumo, el uso simbólico de las mercancías y la realidad como simulacro. Sus opiniones siempre polémicas, llegan a ciertos extremos, como cuando en la década de 1990 afirmó que la Guerra del Golfo no habría sucedido. Claro, la realidad del combate existió, pero desde el punto de vista simbólico, no solo que nada cambió (la situación de esos países y de los EE.UU. no varió), porque al final, ni Saddam Hussein perdió, ni Estados Unidos logró nada, sino que la consecuencia es la misma que si esta no hubiera ocurrido. Claro, estas afirmaciones le trajeron grandes críticas. 

Desde que en 1970 publicó La sociedad de consumo, sus ideas han ido variando, pero en esencia, se mantienen sus postulados. Podemos resumir su análisis así: a)- la utilidad de los objetos no es una propiedad previa al valor de cambio; b)- el valor de uso es uno de los efectos del valor de cambio (una coartada para que los productos circulen) y c)- en esta lógica, el intercambio simbólico es crucial. Aquí se llega a una de sus conclusiones básicas, vigente en todo su pensamiento: la sociedad es un simulacro, creado por signos y símbolos que se consumen, y es alimentada por los medios de comunicación. Esto lleva a una de sus últimas concepciones: la hiperrealidad simbólica. Baudrillard insiste en que la ficción supera a la realidad y asegura que los receptores de la hiperrealidad desempeñan un papel pasivo. Para él no existe la construcción de sentido independiente. A partir del momento en que algo es nombrado, codificado, cifrado, forma parte del circuito del intercambio, y se suma a la hiperrealidad, aquella que va más allá de lo real. 

Como consecuencia, se produce una incapacidad de la conciencia de distinguir la realidad de la fantasía, especialmente en las culturas posmodernas tecnológicamente avanzadas. Esto es, que vivimos en un simulacro. Podría pensarse en que la hiperrealidad es una realidad formada través de intermediarios, que son los medios de comunicación y las estructuras simbólicas. En particular, Baudrillard sugiere que el mundo en el que vivimos ha sido reemplazado por un mundo copiado, donde buscamos nada más que estímulos simulados. Esto es aún más notable en la sociedad digitalizada, donde los mundos virtuales copan los procesos perceptivos. 

El modelo virtual de nuestra sociedad actual, construido por la sucesión de simulacros, llega a suplantar a la realidad, dando lugar a una sustitución. Según esto, y dado que la realidad se diluye en las formas del modelo virtual, ya sólo quedan los simulacros: de aquí en adelante, los simulacros precederán a cualquier acontecimiento, o, más exactamente, a cualquier suceso que ocurra en la hiperrealidad. 

Finalmente, Jean Baudrillard establece una distinción fundamental entre “Disimular” y “Simular”. Mientras que el primer concepto implica fingir no tener lo que se tiene, el segundo es fingir tener lo que no se tiene. Uno remite a una presencia, el otro a una ausencia. Con esto, se salta a un punto irreversible, puesto que estamos inmersos en una realidad falsa, que crece exponencialmente y de manera ilimitada, en la que todo se desarrolla en el vacío, hasta el infinito, alejándose de la dimensión humana, donde se pierde simultáneamente la memoria del pasado, la proyección del futuro y la posibilidad de integrar ese futuro en una acción presente.  Así, el sujeto ya no sabe lo que es, ni cual es su realidad, su principio y su final. Esa falsa infinitud está presente en el fantasma de nuestras tecnologías. 


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