De alguna manera esto remite a una tradición que se basa en Platón, donde lo estético se relaciona con lo ético. Aquí entonces tenemos que lo bello se relaciona no tanto con el gusto o la valoración placentera, sino con los valores de ética y moralidad. Algo que juzgamos como éticamente bueno también se nos aparece como bello, y que un fenómeno o presentación que juzgamos como bella también contiene una sustancia que apreciamos como éticamente buena. De esta forma, existe una relación de semejanza entre aquello que se entiende como bueno y lo que se aprecia como bello.
Esta relación se une al concepto que Kant da a la idea de "símbolo", que es un signo que no surge de la intuición sino de la representación. Una relación simbólica proviene no de la forma sino del contenido. Más aún, proviene de la reflexión que ese contenido nos produce. Ello implica una crítica al racionalismo, en contra de la valoración de esencial sobre lo fenomenológico. Para entender la relación entre lo bello y lo bueno hay que comprender que esa analogía no es ni evidente ni inmediata, sino que requieren de un proceso de reflexión. Ese proceso facilita la identificación moral entre lo bello y lo bueno. Aquí Kant pasa a otra aproximación analítica, que luego va a servir de base a muchas otras interpretaciones en los siguientes dos siglos, que es la "reflexión estética" -ya tratada aquí en otros posts de este blog-, pero que veremos también desde la óptica kantiana en las siguientes publicaciones.
El caminante sobre el mar de nubes (1818) de Caspar David Friedrich (1774-1840) |
No hay comentarios:
Publicar un comentario