El teórico alemán Ludwig Giesz, en su libro de 1960, Fenomenología del Kitsch, afirma que esta palabra apareció en la segunda mitad del siglo XIX, cuando turistas estadounidenses deseaban adquirir un cuadro barato en Munich, y pedían un "bosquejo" (sketch). De ahí pasaría al alemán para designar la vulgar pacotilla artística que compradores sin mayor gusto se llevaban como obra estética. Igualmente señala que en algunos dialectos alemanes existe el verbo kitschen, que puede ser "amañar muebles para hacerlos parecer antiguos". Esta combinación lleva a la idea de kitsch que comenzó a popularizarse en el siglo XX, que es la que estamos trabajando.
Según Abraham Moles, en El Kitsch, el arte de la felicidad, de 1990, el kitsch alude a un tipo de relación estilística entre el ser humano y con las cosas o con el ambiente, desde una particular estética. Es un concepto universal y corresponde sobre todo a una época de génesis estética y a un estilo de ausencia de estilo, a una función de confort sobreañadida a las funciones tradicionales de un objeto. Es un "nada está de más" del progreso. Un exceso necesario. Lo kitsch empezó a ser definido a mediados del siglo pasado como un objeto estético de mala factura, y llegó a significar más la identificación del consumidor con un nuevo estatus social, que una respuesta estética genuina. Lo kitsch fue considerado estéticamente empobrecido y moralmente dudoso, comercializado frecuentemente con la finalidad básica de aportar un cierto estatus social. Se trata de un estilo ligado al pastiche y a la cursilería, según la visión más negativa.
Hoy el kitsch es un concepto estético y cultural que a pesar de identificarse con el arte barato y el consumismo, designa la falta de adecuación estética en general y permite comprender en gran medida las formas de la cultura y el arte contemporáneos, llenos de producciones alternativas que se relacionan constantemente con el gusto genérico, promoviendo efectos baratos, sentimentales y muchas veces dirigidos para el consumo masivo. Por supuesto, también se entiende que estas percepciones son relativas, y ya se sabe que lo que para algunos es bello, para otros no lo es. Ya Umberto Eco explicó esta situación dual en dos libros muy importantes, Historia de la belleza (2004) e Historia de la fealdad (2007), y en un segmento de Apocalípticos e integrados, de 1964, la “Estructura del mal gusto”, que comentaré en la siguiente entrada.
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