En Apocalípticos e integrados, libro de 1964 del filósofo italiano Umbero Eco (1932-2016), que ya he citado aquí, hay un capítulo titulado "Estructura del mal gusto", en el que aborda el tema lo Kitsch y la industria cultural. Una cosa importante es que Eco aplica este término a toda forma de manifestación artística, incluyendo la literatura, la poesía, la arquitectura y la música, además de la pintura y la escultura. Para Eco, de partida, lo más difícil es, justamente, definir el mal gusto. Dice que el mal gusto, como el arte mismo, es complicado para establecerse: "Todo el mundo sabe lo que es, y nadie teme individualizarlo y predicarlo, pero nadie es capaz de definirlo". Por lo menos sin lugar a dudas.
Para ello se suele recurrir a la opinión de expertos, que al final tampoco coinciden. En ocasiones reconocer aquello que es de mal gusto o es Kitsch, es intuitivo. Todo aquello desproporcionado, fuera de lugar, ridículo o cursi, entra en esta definición. Eco aplica esta idea a cierta literatura excesivamente efectista, a la música vulgar, o al arte prefabricado. Claro, siempre reconoce la subjetividad y parcialidad de estos valores, pero afirma que en esas obras hay una "imposición del efecto", esto es, apelar a lo básico en el campo sensorial. Una forma de "pereza intelectual". Lo Kitsch es una "reafirmación cultural para un público que cree gozar de una representación original del mundo, cuando en realidad goza solo de una imitación secundaria de la fuerza primaria de las imágenes". Imágenes éstas de todo tipo.
Ahora bien, si se admite que el Kitsch puede ser una comunicación que tiende a la provocación de un efecto en un público determinado, es público termina siendo identificado con la masa, por lo que se relaciona con la industria cultural analizada por los teóricos marxistas de la Escuela de Frankfurt. Aquí pueden entrar también dos análisis: el semiótico, que estudia el mal gusto desde el punto de vista simbólico, y el mediático, que entiende la cultura de masas como producto de los medios masivos de comunicación.
En todo caso, Eco concluye que lo Kitsch a veces se halla en el mensaje, a veces en la intención del que lo ofrece, y a veces, finalmente, en la necesidad de quien lo demanda. El mal gusto también compite con la vanguardia artística, cuando esta pretende burlarse del arte mismo (¿No es el urinario de Marcel Duchamp una obra de "mal gusto"? ¿Y los animales viviseccionados en formol de Damien Hirst?). Finalmente señala, desde su óptica de hace más de 50 años, que el Kitsch es un episodio típico de la sociedad industrial moderna (desde mediados del siglo XIX), llena de rápidos cambios y modificaciones en los patrones estéticos y gustos sociales. Sin embargo, puede decirse hoy que la polémica continúa. Cualquier innovación corre el peligro de convertirse en producción de una costumbre y de un vicio futuros. El mal gusto tiene una estructura propia, que aún sin poder definirse, es claramente perceptible. O por lo menos eso parece...
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