Con anterioridad, alguna vez nombré a Ernst Cassirer (1874-1945) -ver etiqueta-, filósofo sueco de origen prusiano, de tendencia neo-kantiana, que ha abordado los problemas gnoseológicos y epistemológicos desde el sentido del idealismo crítico. Su obra más conocida es Filosofía de las formas simbólicas, que se ubica en el campo de la filosofía de la cultura. Uno de sus conceptos más interesantes es el de "Animal simbólico", con el que define al ser humano. Basa su afirmación en el principio de que la característica principal del hombre es su capacidad de simbolización y que la mejor forma para entenderlo es el estudio de los símbolos que crea en su vida en sociedad.
Cassirer dice que tradicionalmente se ve al ser humano desde dos perspectivas, la racional y la animal, siendo estas dos visiones las que delimitan las construcciones sociales; pero que estas posturas soslayan el hecho distintivo de la raza humana: su capacidad de crear símbolos, que no son ni respuestas naturales ni respuestas racionales propiamente dichas. Un símbolo es la representación perceptible de una idea, con rasgos asociados por una convención socialmente aceptada. Puede ser verbal o visual, incluso multisensorial. Como es convencional, es un signo sin semejanza ni necesaria similitud, que solamente posee un vínculo arbitrario entre su significante y su significado para quienes conocen el acuerdo semiótico contenido.
Siendo así, para Cassirer la especifidad del ser humano, lo que diferencia del resto de animales, no está en su naturaleza física o metafísica, sino en su obra. Defiende que el hombre no puede ser considerado un sujeto de estudio, sino que para comprenderlo hay que llevar a cabo un análisis del universo simbólico que ha creado históricamente. En consecuencia el ser humano debe ser definido como "animal simbólico". Basado en este argumento, Cassirer enfocó el entendimiento de la naturaleza humana explorando cada uno de sus símbolos en todos los aspectos de la experiencia humana: la religión, la ciencia, el lenguaje, los mitos, la ética, la política y el arte conforman nuestro universo simbólico.
En los tres volúmenes de su Filosofía de las formas simbólicas (1925-1929), señala que más que en un mundo físico, el hombre vive inmerso en un universo simbólico, en una red construida por sus factores culturales. Está tan envuelto por esa red, que finalmente no puede conocer nada sino a través del tamiz de ese medio artificial. Puede que con el tiempo los símbolos vayan cambiando, mas la actividad simbólica está siempre presente. Esto puede comprobarse aún hoy en día, en este mundo globalizado y digitalizado, donde los medios, las redes y la publicidad abundan, en un océano comunicacional que apela permanentemente a la capacidad simbólica del hombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario