En la publicación anterior hice referencia a un texto de Roland Barthes, "Sostener el discurso", de su libro Cómo vivir juntos (2002), en el que abordaba la idea de que el idiotismo de "sostener un discurso" implicaba una intención de fuerza, una persistencia, una tensión y una duración. Pero además implicaba también una idea determinada de "discurso". Barthes trabaja entonces una definición de discurso, que complementa su propuesta.
El DLE (Diccionario de la lengua española) dice de DISCURSO: Facultad racional con que se infieren unas cosas de otras. 2. m. Acto de la facultad discursiva. 3. m. Reflexión, raciocinio sobre antecedentes o principios. 4. m. Serie de las palabras y frases empleadas para manifestar lo que se piensa o se siente. Perder, recobrar el hilo del discurso. 5. m. Razonamiento o exposición de cierta amplitud sobre algún tema, que se lee o pronuncia en público. 6. m. Doctrina, ideología, tesis o punto de vista. Todo esto es válido y se puede aplicar al idiotismo de sostener un discurso, pero Barthes busca otra vuelta; parte del latín, discursus, en la acepción que significa acción de correr, y lo lleva a un sentido contemporáneo: excursión o divagación.
De aquí pasa a un sentido mediato, entre el límite etimológico y el moderno; "excursión" se aplica a una forma del lenguaje que sale, que está afuera de nosotros, y que tiene cierta duración, consistencia, fisonomía. Entonces, sostener el discurso es una forma de dejar que el lenguaje y su mensaje, el contenido creado, salga de excursión y sea capaz de mantenerse, de durar conservando su consistencia, y finalmente alcanzar un objetivo: ser percibido, entendido, seguido y refutado. Nos queda la idea de que eso es tener, mantener y sostener, todo aquello pronunciado con cierto método y cierta extensión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario