La presencia global desde 2019 de una nueva forma el virus SARS, que afecta al sistema respiratorio, el conocido COVID-19, ha traído impensables consecuencias económicas, sociales y políticas. En todo el mundo el coronavirus ha sido un factor de alteración de las realidades, bien sea por sus efectos en la salud, bien sea por la manera en que afecta las actividades comerciales, bien sea como elemento de una política nacional. Aquí es donde ha entrado en juego un hecho sorprendente: el uso de la pandemia como símbolo.
La semiótica estudio el uso de los signos, su elaboración, codificación y manejo en la comunicación y en las sociedades, y una de sus vertientes es la semiosis social, que trata de explicar la formación de símbolos (signos cargados de contenido e ideas) en nuestras culturas. Pues bien, el COVID-19, esa terrible enfermedad pandémica, ha impulsado, a través de medios, redes sociales y grupos colectivos, la creación de símbolos políticos impensados. Uno de ellos son las vacunas. resulta que ahora las vacunas revisten contenido ideológico: sin son europeas, si son capitalistas, si son chinas, si son de izquierda, si son rusas, si son del imperio estadounidense... Una serie de manejos pseudo-ideológicos, que si no fuera por lo trágico en este momento daría risa por lo ridículo. ¿Desde cuándo nos preocupamos por el origen o el laboratorio de una vacuna? La poliomielitis, la viruela, el sarampión, la triple, la fiebre amarilla... decenas de vacunas que nos hemos puesto sin averiguar nada. Ahora los grupos políticos le asignan valor al origen de cada una ¿Qué pueden variar en su efectividad? Sí claro, ninguna garantiza efectividad absoluta, pero no tiene que ver con el origen.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha tratado de manejar imparcialmente todo este asunto, pero parece que no ha tenido éxito; de hecho, hoy más que hace algunos años la gente desconfía de sus planteamientos. Se ha generado una relación simbólica entre el manejo de la pandemia y la ideología política. Brasil, Estados Unidos, Suecia, han dejado que el virus sea controlado de forma limitada, sin grandes restricciones. Un fracaso. Italia, España, México, han sido irregulares en sus posiciones, también otro fracaso. En China, donde parece que se originó el COVID-19, las cifras no se conocen. El caso de Venezuela parece ser paradigmático: el confinamiento se ha usado para estrechar el control social y disimular la falta de gasolina, alimentos y otros servicios, así como para obviar el problema hospitalario y sanitario presente; peor aún: el tema de la vacuna ha sido empleado como arma política, retrasando su aplicación y empeorando la situación, de la que tampoco se tiene certeza porque las cifras oficiales de contagiados y muertos distan mucho de la realidad palpable.
Es decir, un hecho fundamentalmente médico y epidemiológico se ha trasladado al campo de los significados. Esto se magnifica gracias al uso de las redes y la internet, que acelera las comunicaciones y banaliza el verdadero sentido de los factores reales. Presidentes, gobernantes y opinadores de oficio han cambiado el contenido de los signos (una vacuna significa salud), transformando una necesidad en una bandera. En un símbolo de posición ideológica. Ciertamente la semiótica debe ser tomada en cuenta para entender qué nos dicen nuestros símbolos en nuestro convulsionado planeta de hoy.
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