Hay hechos aún más notables. Cada catedral gótica era una verdadera enciclopedia visual, abierta a los iniciados en las lecturas y conocimiento esotéricos. Fórmulas alquimistas, dibujos anatómicos, laberintos intelectuales y representaciones matemáticas están plasmados en las paredes, pisos, estatuas y vitraux de la mayoría de las iglesias góticas de la Europa medieval. Dicen Louis Pauwels y Jacques Bergier en El Retorno de los Brujos: "Ciertas construcciones medievales dan testimonio de la costumbre inmemorial de transmitir por medio de la arquitectura el mensaje de la alquimia que se remontaría a edades infinitamente remotas de la humanidad". Más adelante: "La catedral de la Edad Media era el libro de los misterios dado a los hombres del ayer". Y ello no solamente bajo el punto de vista iniciático.
Toda la edificación era una nueva realidad, que reflejaba la forma en que las gentes de la era gótica se veían a sí mismas, a través de los ojos de Dios. "El hombre medieval se consideraba a sí mismo como una "refracción" imperfecta de la Divina Luz de Dios. (...) La interpretación gótica de este punto de vista fue un monumento que pareciese achicar al hombre que allí entrase, porque el espacio, luz, estructura y los efectos plásticos de la mampostería están organizados para producir una escala impracticable". Esa frase de Robert Branner de 1977 nos da pie para hacer la afirmación que cerrará esta idea: para entenderse a sí misma, la raza humana extrapola sus concepciones con sus sensaciones, e intenta mostrar una grandeza que refleja la grandeza de La Creación, sea ésta divina o intelectual. Ser capaz de sumar, en un específico lugar y momento, las vivencias colectivas atávicas, es el gran logro. Y más que eso: es una razón de vivir.
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