En su libro de 1943, El aire y los sueños, el filósofo, epistemólogo, poeta y profesor francés, Gaston Bachelard (1884-1962), aborda temas de la imaginación y el movimiento, y empieza su texto estableciendo unas originales ideas sobre lo que es imaginar. Comienza afirmando que, contrario a lo que se cree, la imaginación no es la facultad de formar imágenes sino más bien es la facultad de deformarlas. Deformar aquellas imágenes suministradas por la percepción, librándolas de las imágenes primeras para cambiarlas por nuevas, creadas por una acción imaginante.
Afirma que "si una imagen presente no hace pensar en una imagen ausente, si una imagen ocasional no determina una provisión de imágenes aberrantes, una explosión de imágenes, no hay imaginación". Es decir, una cosa es percepción y otra es imaginación. Más aún, el vocablo que debe corresponder a imaginación no es imagen sino imaginario. Según Bachelard el valor de una imagen se mide por la extensión de su aureola imaginaria. Gracias a lo imaginario, la imaginación es esencialmente abierta y evasiva.
En el libro, el autor hace énfasis después en la imagen literaria y en la poética, pero no pierde de vista la capacidad perceptiva como fundamento del proceso de imaginación. Dice que "la imaginación es, sobre todo, un tipo de movilidad espiritual, el tipo de movilidad espiritual más grande, más vivaz, más viva". Lo imaginario deposita imágenes, pero se presenta siempre como algo más allá de las mismas imágenes. No perdamos de vista que hay muchas formas de imágenes, sean visuales, mentales, corpóreas, sociales o literarias. Siempre una imagen es una sustitución de la realidad, sea esta viva o creada. La imaginación, en cambio es, según Bachelard, una invitación al movimiento de las imágenes, más allá de su propia unicidad y referencia.

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