En el libro de 1980 La ideología como mensaje y masaje los profesores venezolanos Jesús María Aguirre y Marcelino Bisbal abordan (entre muchos otros temas) el enfoque estructuralista de la comunicación. Allí hacen un extenso análisis de esta aproximación epistemológica y señalan unos puntos de ese método que fundamentan unos principios claves para una semiología crítica.
En primer lugar entender que las estructuras, como objetos sociales (como observó Claude Lévi-Strauss), son redes de relaciones que tienen dos tipos de existencia: una inmanente o latente que fluye en las relaciones de comunicación ("la lengua existe sólo en la actualización empírica de los innumerables actos de habla") y otra explicitada que viene en la conceptualización de la praxis social o científica, que enuncia los sistemas de relaciones como modelos comprensibles.
Respecto al signo -según los autores- el corte más adecuado, semiológicamente hablando, es el que se sitúa entre el significante como forma, y el significado y el referente de otra parte como sentido. La denotación y la connotación operan por el mismo proceso de significación y en ambos se da un proceso de codificación y de "descolgamiento".
Luego hay que aceptar que el método estructuralista puede convertirse en filosofía pero no puede explicar las variaciones históricas y el modo en que cada mensaje puede poner en duda su propio código. Por lo tanto debe recuperar la dimensión simbólica para ofrecer un instrumento más global y adecuado para el análisis de los mensajes.
Finalmente, el lenguaje no constituye un fenómeno social total, según Aguirre y Bisbal, y si bien en la vida social nada se realiza sin comunicación, ello no quiere decir que todos los campos semiológicos se reduzcan a la lingüística. Es en ese sentido que se han enfocado entonces los pensadores llamados neo-estructuralistas, que rescatan todas estas ideas semiológicas y semióticas, añadiendo una nueva dimensión crítica y analítica global a esta metódica.
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