A mediados de la década de 1990, Douglas Rushkoff escribió, en su libro Ciberia, la vida en las trincheras del ciberespacio (que ya he comentado antes en este blog), este comentario sobre la estética "ciberiana":
"Puesto que Ciberia todavía está en proceso de evolución, resulta imposible definir una estética ciberiana única. El arte de Ciberia es un work in progress, una obra viva, que se reelabora mientras se trabaja en ella y donde los antepasados de cada género coexisten e incluso colaboran con los recién llegados. Las disputas acerca de qué arte o estilo de vida es verdaderamente ciberiano son menos un síntoma de división que una indicación de que esa estética todavía está en proceso de desarrollo".
Esto, que fue pensado hace ya 30 años, mantiene algunos de sus postulados, como el hecho de que estamos en presencia de una estética aún en desarrollo; pero hay innegablemente ahora una estética de lo digital claramente identificable. Es la ciberestética, potenciada por la inteligencia artificial, que si bien no es la que la conforma, sí ayuda a su popularización. Todo este fenómeno es aún muy reciente para estudiarlo desde una perspectiva distante, aunque es emocionante vivirlo.
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