El primero que nos deja una opinión al respecto es Ibn Hazm (994-1063), célebre alfaquí que vivía en califato omeya de Córdoba, que consideraba que las artes, definidas como la aplicación práctica de la ciencia y del saber son parte sustancial de la condición humana, y su ejercicio controlado contribuye al camino de la salvación. Actividades como la caligrafía, la poesía o la arquitectura, pueden ser negativas si apartan al ser humano del Fin Supremo, pero si se hacen para exaltar y alabar a Alá, se justifica. De la misma manera, perseguir la belleza artística per se es, desde su perspectiva, innecesario, pues se puede ver como un ansia de manifestar poder o deseo de perpetuarse. Ibn Hazm manifestaba de este modo la mala conciencia ancestral ante la suntuosidad del arte y la arquitectura como signo de lujo e impiedad.
Para lbn Hazm las artes poseen por otro lado, del mismo modo que las ciencias, un remoto origen divino y se transmiten por enseñanza directa en el seno de la sociedad. Son operaciones técnicas ejercidas sobre una materia a la que se cambia de forma con el fin de obtener objetos de utilidad práctica, pero que deben buscar una satisfacción y no una ostentación.
A este filósofo debemos una de las más interesantes definiciones de la belleza surgidas en la cultura árabe clásica, que razona de acuerdo con la siguiente gradación: a) belleza inferior, o aquello que es correcto naturalmente como los órganos corporales y su forma externa, es decir el cuerpo humano como tal; b) belleza intermedia, que viene expresada con los conceptos de esplendor y de dulzura que nos remiten a la idea de hermosura, brillo, y lustre, el primero, y que se trata de un esplendor emanado de los órganos externos combinado con cierta viveza y nobleza interiores; en cuanto al segundo, consiste en la delicadeza, gracia y finura personales; en este grado se incluiría la noción de belleza que para él reúne todos los conceptos relacionados con la belleza externa "hermosa"; c) grado superior de belleza, que es un "algo" o un "resplandor" inexpresable, pero objetivo, que el alma que contempla percibe al descubrir en el alma del sujeto contemplado una afinidad anímica, como si de un espejo se tratara. Estamos ante una belleza espiritual, aunque con un carácter eminentemente sensitivo que Ibn Hazm liga a percepción sensorial, visual ante todo, sin la cual la mente es incapaz de acceder a los conceptos abstractos.
Como se aprecia, en este caso siempre relacionamos la belleza de lo natural, de lo humano, con la divinidad, y los objetos pasan a tener un plano secundario, correspondiendo su belleza sólo a su bondad y utilidad. De alguna forma esto nos hace referencia a las ideas aristotélicas, tan conocidas en el mundo árabe de Al-Andalus.
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