Durante el inicio de la Edad Media, algunos filósofos y pensadores también dedicaron algunos estudios al SIGNO, como hecho particular para analizar, comprender, representar o describir la realidad y los pensamientos. El pionero en este sentido es San Agustín de Hipona (354-430 d.C.), quien en varios de sus textos hace referencias a las ideas de signos y símbolos, aplicados a la concepción cristiana. De hecho en su libro De doctrina christiana, dice que las cosas se dividen en signos y significables. Ahí da una definición que va a ser referencial: "Signo es la cosa que, además de la especie (o imagen) que introduce en los sentidos, hace pasar al pensamiento de otra cosa distinta". Y propone varios ejemplos: naturales como las huellas, el humo; y artificiales, como el lenguaje, los sonidos musicales.
San Agustín asoma la idea de distinción entre lo que podemos llamar "lenguaje objeto" y "metalenguaje", pues además de significar objetos, afirma que los signos o palabras pueden designar otras palabras. También examina las relaciones de los signos ente sí (sintaxis), las relaciones de los signos con los significados (semántica) y las relaciones de uso de los usuarios con los signos (pragmática). Aquí hay unos principios semióticos evidentes. Es innegable que él tiene una inspiración platónica, y que sus nociones influyeron en el pensamiento medieval durante casi mil años.
No obstante, algunos filósofos cristianos del medioevo, como Roger Bacon (1214-1294) o Guillermo de Ockham (1285-1347), consideraron estos conceptos como limitados o incompletos. La idea signo sensible no incluía el signo inmaterial. Estos dos clérigos ingleses, ambos franciscanos, van a postular formas de análisis del signo tratando de ampliar la base lógica apuntada por San Agustín. Esto dentro del pensamiento Escolástico, característico de la Baja Edad Media, como se verá en la próxima publicación.
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