En la publicación anterior hice referencia a la teoría de la Disonancia Cognoscitiva formulada en 1957 por el psicólogo social estadounidense Leon Festinger. En este sentido, esa disonancia se produce cuando dos o más cogniciones están en desacuerdo entre sí, entendiendo como cogniciones las cosas que una persona cree y sabe sobre sí mismo, sobre su comportamiento, y sobre su entorno social e histórico. Tiene que ver con aquello en lo que creemos y estimamos válido socialmente.
Estas cogniciones son subjetivas, formadas por valores, costumbres, aprendizajes y modelos, y pueden entrar en conflicto cuando la realidad se nos presenta de otra manera. Cuando se producen varias disonancias (contradicciones entre valores y creencias), el individuo entra en conflicto. Uno de los detonantes de estas disonancias son los medios de comunicación, que informan y transmiten realidades diferentes, y que a su vez son creadores de diferentes cogniciones. Estos conflictos entre realidad percibida y creída pueden complicar los aspectos psicosociales de las personas. Según Festinger, existen tres modos de racionalizar y resolver la disonancia:
1.- Añadiendo elementos consonantes y restando disonantes. Recordar o inventar razones en consonancia con la propia acción, y evitar, reprimir o negar las razones disonantes con la decisión.
2.- Reducir la importancia de las cogniciones disonantes, cambiando la percepción –forma o contexto– de la acción realizada, hasta desvanecer la inconsistencia con sus creencias.
3.- Cambiar la validez de los elementos disonantes mediante el cambio de las creencias del individuo. En este sentido, las creencias son bastante estables en el tiempo por lo que un cambio en este sentido es poco común.
Los seres humanos buscan reducir esa disonancia cognoscitiva, porque los conflictos internos (con uno mismo y con la realidad exterior) complican el desempeño psicológico individual. Tendemos a reajustar el recuerdo de nuestras creencias e impresiones a la luz de nuestra experiencia. Si cierta información nueva nos lleva a formarnos una opinión sobre una persona, un hecho, una realidad, tenemos tendencia a pensar que ya opinábamos eso desde antes, aun si en realidad pensábamos lo contrario.
No queda duda de que es siempre difícil aceptar que se está equivocado, que nuestra percepción ha cambiado, y que la realidad nos dice algo distinto de lo que creíamos. Pero la mente busca resolver este conflicto, y finalmente encuentra caminos: de reafirmación, de autoconvencimiento y de solución razonada. En el caso del pensamiento político esto es notablemente evidente y válido en el mundo de hoy, lo que confirma esta teoría que ya tiene 60 años de planteada.
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