domingo, 2 de febrero de 2020

El Hombre Máquina

Uno de los personajes más curiosos y extraños de la Ilustración francesa del Siglo XVIII, fue Julien Offray de La Mettrie (1709-1751), médico y filósofo que es considerado uno de los primeros escritores materialistas de su generación. Proveniente de una familia medianamente acomodada, estudió medicina y fue cirujano militar. En París, tras unos años de ejercicio, se decidió a publicar las conclusiones a las que había llegado durante su práctica médica, y publicó un libro polémico, la Historia natural del alma (1745), en el que afirmaba que los fenómenos físicos en el organismo eran producto de los los mismos cambios orgánicos en el cerebro y en el sistema nervioso, por lo que no había un "alma" que rigiera las dolencias humanas.

Sus ideas tuvieron tal impacto negativo que La Mettrie hubo de mudarse a Leiden, en Holanda, donde desarrolló sus teorías con gran originalidad y ya de manera más completa y atrevida. En sus obras El Hombre Máquina y El Hombre Planta, textos claramente materialistas, concluye que el fin de la vida se encuentra en los placeres de los sentidos, y que la virtud puede reducirse a cultivar el amor propio. Más aún, propone que se debe adoptar el ateísmo como forma de pensamiento, para que así no haya ni guerras religiosas, ni la búsqueda de la salvación de un "alma" inexistente, que distrae al hombre de su realidad. 

Finalmente, esta posición más radical aún, lo obligó a huir a Berlin, Alemania, donde el rey Federico el Grande de Prusia le permitió continuar su práctica médica, y además lo tituló "Lector de la corte". Allí La Mettrie escribió otro libro capital, el Discurso sobre la felicidad, en 1748, que fue objetado y cuestionado hasta por los mismos intelectuales de la Ilustración. 

En El Hombre Máquina, de 1747, dice: “Dado que todas las facultades del alma dependen de la organización misma del cerebro y de todo el cuerpo, a tal punto que no son evidentemente otra cosa sino esta organización misma, ¡he aquí una máquina bien iluminada! Pues aun cuando sólo el hombre hubiera recibido en herencia la ley natural, ¿sería menos, por eso, una máquina?" Esto significa que el cuerpo humano es, y funciona, como una máquina orgánica. Cree entonces que una vez establecido el principio mínimo de movimiento, los cuerpos animados tienen todo cuanto les hace falta para moverse, sentir, pensar, arrepentirse y, en una palabra, para guiarse en lo físico y en lo moral, sin necesidad de alma o espíritu que los conduzca. 

Esa tesis, que en su momento suscitó un violento rechazo, parece hoy bastante cierta: el hombre es como una máquina, no perfecta pero que funciona eficientemente miles y millones de veces. ¡Y que puede ser reparada! El ser humano no está compuesto por "cuerpo y alma" sino por piezas con un ensamblaje extraordinario. En consecuencia, hay que vivir lo más que se pueda mientras esa máquina funcione. La muerte apaga ese motor. Es esta una posición epicúrea y egoísta, pero no alejada de nuestra realidad contemporánea.

Lo más irónico es que La Mettrie murió a los 41 años a causa de una indigestión, tras un excesivo atracón durante un banquete celebrado en su honor por el embajador británico en Prusia, Lord Turconnel. Un final tal vez adecuado para un hombre nada común. 





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