Dice Santo Tomás que lo bello es aquello cuya aprehensión nos agrada. Y para que los entes sean bellos deben tener tres características: integridad, proporción y claridad. La belleza entonces se da en todas las categorías del ser y para estudiarla hay que hacer referencia entonces a la entidad con la que se identifica. Pero también hay que considerar el sujeto que es capaz de conocerla. Por ello es que según esta visión es indispensable conocer y partir del ser desde la posición metafísica del conocimiento auténtico, puesto que lo bello forma parte de un componente trascendental del existir.
Para Santo Tomás de Aquino es evidente y natural que por su condición corpórea el hombre puede alcanzar la percepción de la belleza a través de los sentidos, más que por la intelectualización, y que además es un hecho que lo bello existe como tal. Por ello todos y cada uno pueden tener un placer en la aprehensión de la belleza, es decir, concibiéndolas sin juzgarlas. Por lo tanto la estética es esa capacidad de captación y aceptación subjetiva por las facultades cognoscitivas y a la vez de disfrute por las capacidades sensitivas. Y con ello se identifica aquella obra natural o humana que es el reflejo de Dios nos rodea y envuelve.
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