martes, 13 de octubre de 2020

Lo bello y lo sublime (3)

El Diccionario de la Lengua Española (DLE) dice que SUBLIME se refiere a algo excelso, eminente, de elevación extraordinaria. Se puede ver que esa definición abarca a muchos campos de la vida: a la ética, a la moral, al entendimiento, a la sabiduría y, por supuesto a las artes. En este último caso, la idea de sublime tiene más que ver con lo sensitivo y emocional que con lo moral o lo ético. 

El filósofo italiano Rosario Assunto (1915-1994), especialista en estudios sobre estética, dijo en su libro de 1967, Naturaleza y razón en la estética del setecientos, que el concepto de Sublime corresponde a la: 

"(...) la idea romántica del arte liberado de las ataduras del intelecto. Arte, hijo de la pasión y de la inspiración; cuya belleza consista no en la claridad y el orden, sino en el pathos, que levanta el alma del lector o espectador a las más altas cimas de grandeza".

Consecuentemente, la estética de lo sublime pareciera exaltar el aspecto irracional del ser humano en relación con la naturaleza. No es solo el gusto, no es solo lo racional, lo que se aprecia por comprensión, sino que va más allá. Tiene que ver con la satisfacción que produce lo grande, lo abrumador, lo superior. El arte sublime levanta el espíritu. Claro que una obra de arte puede alcanzar varios niveles, desde lo racional hasta lo emocional, pero solo cuando además de lo intelectual se afecta lo pasional, incluyendo temores y placeres, se habla de que es sublime.

Igualmente se afirma que lo sublime se distingue por su cualidad de inspirar asombro o admiración más allá de lo común. Es en el siglo XVIII que esta idea se desarrolla más profundamente, como ya vimos con anterioridad, pero hay un antecedente muy curioso, expuesto hace más de 1.800 años, y que veremos en la siguiente publicación. 

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