Un poco más adelante, la postmodernidad trastocó más aún los valores sensoriales, y aparecieron artistas poco convencionales como Jeff Koons, Damien Hirst, Jean-Michel Basquiat, Keith Haring, Takashi Murakami y Banksy. La mayoría ligados al figurativismo. Pero curiosamente hubo un hecho tecnológico que revitalizó al arte abstracto: la digitalidad.
La aparición de computadoras, programas y herramientas digitales, permitió que nuevos artistas, usando sus ordenadores y aparatos multimedia, crearan nuevas obras de corte abstracto, algunos con claros fundamentos matemáticos. Se retoma entonces la estética pitagórica, que valora como manifestación de belleza a la perfección matemática, al orden universal, y al cosmos como fuente de toda inspiración. Así empiezan a circular en el ciberespacio gran cantidad de imágenes basadas en formas geométricas, libres o algorítmicas, llenas de color y texturas, sin referencia semántica figurativa, que apelan al placer visual sin necesidad de contener mensajes o modelos.
Aquí es más difícil identificar autores en detalle, porque han proliferado a lo largo de la Web en los últimos 20 años. Una navegación casual nos permite hallar centenas de estas obras, desde las fractales de Mandelbrot hasta las espirales infinitas de Fibonacci. Este fenómeno trae de nuevo al tapete una discusión que ya lleva 100 años: ¿existe realmente el arte abstracto? ¿O es solo otra forma de expresar la naturaleza y el universo? Matisse y Picasso afirmaron que tal cosa como arte abstracto no existe. Mondrian y Kandinsky por su parte, defendieron siempre lo sublime de la pintura no figurativa, que tradujera al lenguaje de las formas y el color la espiritualidad del universo. Hoy seguimos viendo imágenes que nos recuerdan que alguna vez los pintores se inspiraron en una doctrina teosófica para crear sus pinturas.
Conjunto de Mandelbrot |
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