En el ejercicio de establecer los elementos semióticos que definen la arquitectura como lenguaje, hay varios factores que se toman en cuenta y se discuten. Como se vio en la publicación anterior, muchos autores han trabajado el tema del lenguaje arquitectónico, y en el período post moderno (desde finales de la década de 1960 hasta el final del siglo XX) este asunto se ha vuelto más complejo. Sobre todo por los elementos que han de seleccionarse. Algunos teóricos señalan que deben tomarse los indicadores del estilo y de estructuración para ello. Son estos columnas, ritmos, módulos y ornamentos: fachadas, frontones, tímpanos, arcos, volutas y otros. Es aquí donde surge una primera polémica. Los clasicistas y los posmodernistas coinciden (en muchos casos) en incluir estos factores como parte del vocabulario arquitectónico. En cambo los puristas, los modernistas y los semiólogos no creen que esos ornamentos pueden construir una semiótica.
Bruno Zevi parte de que nada que no sea espacial (que no contenga espacios habitables) es arquitectura. Las pirámides, los arcos de triunfo, los monumentos, no son -según él- edificios arquitectónicos. Consecuentemente, el lenguaje debe partir del espacio. Más dramático es Adolf Loos, que en su manifiesto "Ornamento y delito", de 1908, arremete contra toda forma de ornato superfluo: capiteles, volutas, paños, tímpanos, adornos. En su texto, bastante radical y a veces discriminatorio, llega afirmar que el ornato es un despilfarro que debe ser condenado por dañino a la sociedad.
Las ideas por él expresadas allí son un reflejo de sus tiempos, en los albores de la modernidad, y van a llamar la atención sobre los cambios en la mentalidad que se gestaban en la Europa de principios del siglo XX. Se basa en su situación en Austria, pero se aplica a otros países. Dice: "El enorme daño y devastación que produce el resurgimiento del ornamento en la evolución estética podrían olvidarse fácilmente, pues nadie, ni siquiera un organismo estatal, puede detener la evolución de la humanidad. Sólo la puede retrasar". Es decir, el ornato es un factor de retraso cultural. "El ornamento que se crea hoy no tiene ninguna conexión con nosotros ni con nada humano, es decir, no tiene ninguna conexión con el orden del mundo", escribe, fustigando los estilos que reviven la ornamentación clásica de manera fútil e improductiva.
Por lo tanto, propugna una arquitectura limpia, sin adornos, donde la función y el espacio sean los elementos de identificación, con sus simples añadidos prácticos: ventanas, puertas, tejados, estructuras. Compara a la arquitectura con otras artes contemporáneas, que según él están despojadas de ornamentación: "La carencia de ornamento ha conducido a las demás artes hasta alturas insospechadas. Las sinfonías de Beethoven no hubieran sido escritas nunca por un hombre que tuviera que ir metido en seda, terciopelo y puntillas". De esta manera, aquellos adornos que usualmente identifican un estilo, no deben ser considerados como base para una estética moderna, y menos para una semiótica.
Estos postulados tendrán gran influencia en el diseño del siglo XX, sobre todo después de la Gran Guerra de 1914-1918, el período de posguerra que verá el florecimiento de diversas vanguardias, en el que la arquitectura modernista establecerá sus patrones estéticos, claves para entender los sucedido en la segunda mitad de ese siglo. Estas discusiones, como se verá más adelante, afectan igualmente al establecimiento de una semiótica inequívoca de la arquitectura.
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