jueves, 26 de noviembre de 2015

La pantalla parece familiar

El segundo enunciado de Kevin Roberts es ese: la pantalla nos es familiar; la hemos incorporado a nuestra vida. Más aún, su presencia hace familiar aquellas cosas que tal vez por su condición o naturaleza deberían sernos ajenas. De hecho puede resultar una paradoja: cuanto más bellos y remotos son los rostros y paisajes que vemos, más cercanos a ellos nos sentimos. Y la expansión tecnológica actual ha multiplicado esas experiencias.

Hace algunos años, la profesora venezolana Marta Colomina escribió un reconocido libro, El huésped alienante, que refería cómo la radio y la televisión nos han invadido (en aquel entonces vía radio-telenovelas), modelado y, por supuesto, alienado las formas de vida y conducta de las capas más populares de las audiencias. Muchos de esos argumentos siguen siendo válidos, pero en la actualidad ya se piensa no solamente en la TV o en la radio tradicional, sino en la gran gama de pantallas y soportes multimedia (el Sight, Sound, Motion) que acrecienta la nueva familiaridad del contenido con nuestra realidad. Por supuesto, las consecuencias ahora son bastante más intensas y complejas que hace 40 décadas.

La experiencia SISOMO del siglo XXI, señala Roberts, "puede quedar ya muy lejos de los primeros televisores, pero no debemos olvidarnos de esas cajas pioneras. Repletas de imágenes en blanco y negro, unieron familias (y, a menudo, también vecinos)". En la actualidad las pantallas nos están llevando hacia una nueva familiaridad. Las conocemos, las manejamos, sabemos qué nos pueden traer y qué podemos esperar de ellas. El más claro ejemplo son los teléfonos móviles celulares, que han pasado de ser emisores receptores sonoros a completos dispositivos multimedia, que nos son absolutamente familiares, y hacen de este mundo globalizado un espacio que es tan próximo como nuestro propio hogar.

       

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