Serán los griegos quienes lleven su simbolización hasta las más altas cotas, pues transforman la realidad sublimándola según cánones cada vez más abstractos y geométricos. "La conciencia humana" -observa Herbert Read- "había alcanzado una nueva dimensión, un descubrimiento de la armonía perfecta del Ser y la Idea". El hombre no perdió nunca totalmente esa conciencia: pasó a la poesía y a la filosofía griegas, que servirán como plataforma de sustento a otras expresiones y disciplinas que serían luego paradigmáticas en ulteriores civilizaciones.
La capacidad griega de analizar la realidad a través de ideas (que está conectada con su capacidad para sintetizar en imágenes el mundo percibible), produce una doble interpretación de la vida: la sensorial y la intelectual. Esto, que ya está prefigurado en la mente humana desde que es capaz de representarse a sí mismo (como en las pinturas rupestres), define para siempre las relaciones del hombre con su entorno físico y consigo mismo. Pero también va a suceder otro hecho importante: hay una profundización en el análisis de las estructuras inherentes a la forma, más allá de la necesidad expresiva.
Citando de nuevo a Read: "Pero cuando los primeros filósofos griegos, particularmente los pitagóricos, empezaron a meditar sobre las formas y proporciones armónicas, consideraron estas cualidades como entidades de origen divino, como cualidades divinas para las cuales debían inventarse signos y símbolos. Estos filósofos dieron definición verbal a los elementos, tales como la línea, el ángulo, el círculo, que habían sido descubiertos empíricamente por el artista". Una vez iniciado el camino, las culturas que tomaron a la antigua Grecia como origen de su pensamiento continuaron por ese derrotero que aún hoy nos es tan familiar, con una influencia grande, como veremos más adelante.
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