El profesor de comunicación argentino Mario Kaplún (1923-1998), a quien cité recientemente, hizo un análisis, a finales de la década de 1990, de la influencia de los medios de comunicación en el aprendizaje, más allá de los clásicos estudios de aproximación negativa a la realidad mediática. Entre las muchas cosas que aportó, hay una idea interesante que puede aplicarse a la multimedialidad contemporánea: la aparición de un archipiélago global planetario, paralelo a la aldea global propuesta por el filósofo canadiense Marshall McLuhan.
La Aldea Global, esbozada por McLuhan entre 1962 y 1964, describe las consecuencias socioculturales de la difusión, inmediata y mundial, de todo tipo de información, posibilitada por los medios electrónicos de comunicación, que en su universalidad, terminan convirtiendo al mundo en una aldea: nos enteramos de todo lo que sucede en todas partes, como si fuera en nuestra vecindad. Esa vecindad es el globo. Antes éramos habitantes de un mundo construido desde nuestro hogar y donde a lo sumo leíamos sobre tiempos y lugares lejanos. Ahora vivimos en un villorrio donde se cruzan todos los lugares y todos los tiempos.
Pero hoy está sucediendo un fenómeno que distorsiona esa concepción. La hipercomunicación, las multimedialidad y el ciberespacio han transformado, según Kaplún, esa aldea global. Estamos viviendo la instauración de un "archipiélago" global, compuesto de personas tecnológicamente conectadas pero socialmente aisladas. Es decir, ahora podemos comunicarnos sin tener comunicación. Se puede vivir en un aislamiento social, pero vivir en la sociedad del ciberespacio. Inclusive, la reconocida interactividad de la Web y las redes sociales, al final termina siendo sólo virtual. Somos millones de islas que los medios conectan pero no comunican, entendiendo como "comunicación" una interlocución recíproca, simultánea y creadora de relaciones dialécticas, donde somos interdependientes y conscientes.
McLuhan no parecía emitir opiniones sobre estas realidades, ni creer que los medios fuesen buenos o malos per se; sólo hizo un diagnóstico y expone lo que piensa es inevitable. Kaplún, por su parte, si bien tampoco cuestiona la existencia de la nueva multimedialidad, sí se preocupa por saber qué consecuencias puede traer, sobre todo desde el punto de vista educativo. McLuhan murió en 1980 y Kaplún en 1998. Ninguno pudo ver o prever esta realidad digital contemporánea, de hiperconexión y redes sociales, pero ambos sí vislumbraron los cambios que podían producirse. Tal vez sea muy pronto para notar las consecuencias en las próximas generaciones, pero no hay duda de que vivimos en una aldea global de archipiélagos globalizados.
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