domingo, 9 de octubre de 2011

Una aproximación agustiniana a la idea de estética

Agustín de Hipona (354-430), el sabio San Agustín, es uno de los fundadores del pensamiento cristiano escolástico, y tal vez uno de los padres más notables de la Iglesia Católica. Escribió varios libros, pues era un letrado muy instruido, y vivió uno de los acontecimientos más interesantes del cristianismo, que es su conversión de pagano romano (nació en Tagaste, en una provincia romana al norte de África) a la Fe de Jesucristo. En sus "Confesiones", un texto autobiográfico e intimista, cuenta cómo fue pasando de un pensamiento maniqueísta a la doctrina de Jesús, y luego en su libro "La ciudad de Dios" establece ya un corpus de ideas que van a establecer al cristianismo como doctrina filosófica de manera conceptual, consistente y pedagógica.


"La ciudad de Dios" es, probablemente, el primer gran libro de la cristiandad después de la Biblia, y precursor de muchos grandes textos medievales y modernos de teoría teológica. En él se definen los valores y conceptos de la fe cristiana, así como discusiones y valoraciones de otras doctrinas filosóficas, en especial las grecorromanas. Por su parte, en las "Confesiones" hay una aproximación casi psicológica al sentimiento religioso, y allí hace varias consideraciones sobre la magnitud de la obra de Dios, su grandeza, bondad y universalidad.


Es allí, en ese libro de reflexiones, donde establece unas ideas en relación con la estética que están, naturalmente, ligadas a las nociones de belleza y arte características del mundo antiguo, pero que esta vez se ligan a la influencia de Dios, y son un aporte nuevo a la manera de ver las obras divinas y humanas. Dice: "¿Amamos algo fuera de lo hermoso? Pero ¿Qué es lo hermoso? ¿Qué es la hermosura? ¿Qué es lo que nos atrae y nos aficiona a las cosas que amamos? Porque si no hubiese en ellas alguna gracia o hermosura, de ningún modo nos atraerían hacia sí." En realidad Agustín de Hipona no nos deja un concepto de estética como tal, puesto que no era un tema que se abordara en ese entonces, pero sí una filosofía que de alguna manera se relaciona con lo bello y lo bueno. Esta relación entre bondad y belleza, que ya se postuló en el pensamiento griego, adquiere un nuevo valor en San Agustín: es obra de Dios.

El punto de partida es nuestro propio pensamiento y nuestro propio ser, y la existencia de esos elementos nos inducen a la certeza de que somos por obra de Dios. Ahora bien, el dominio de lo sensible no forma parte necesariamente del dominio del conocimiento, sino también de la percepción y la opinión, ya que sólo es la imagen de la realidad y de la verdad, puesto que todo lo que es verdadero es inmortal y eterno, mientras que lo sensible se caracteriza por ser efímero y finito. No obstante, el universo sensible y caduco puede relacionarse con lo eterno a través del alma, que es eterna.

Resulta imposible concebir alguna cosa que sea superior a esta verdad, la del espíritu, que está en función directa de Dios, que a su vez abarca el universo y el ser eterno. El Creador puede ser visto como Ser Supremo, Sede de todas las Ideas o Razón Eterna, puesto que es la causa de todas las cosas, de la verdad, del bien, de la belleza. Está más allá de todo, más que la verdad y el bien, y es la suma de lo bello. Pareciera, según lo hace ver San Agustín, que la belleza fuese superior a lo verdadero y a lo bueno; se trataría de la seducción divina que atraería irremediablemente a los hombres y mujeres a Dios.

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