Uno de los más brillantes pensadores ingleses, exponente destacado del empirismo y la filosofía liberal, es John Locke (1632-1704). Entre sus múltiples textos destaca su Ensayo sobre el entendimiento humano, de 1690, donde afirma que la mente humana nace tamquam tabula rasa; es decir, en el momento de su nacimiento, la mente de un niño carece de ideas: es como un papel en blanco en el que no hay ninguna idea escrita. Todas las ideas proceden de la experiencia, y de la experiencia procede todo nuestro conocimiento. Experiencia no significa únicamente en Locke experiencia externa; igual que percibimos el exterior (por ejemplo, el canto de un pájaro), percibimos nuestro interior (por ejemplo, que estamos furiosos). En consecuencia, dos son los ámbitos de la experiencia: el mundo exterior, captado por la sensación, y el de la conciencia o interior, captado por la reflexión.
Es por esto que que Locke entiende que las palabras son claves para esta comprensión, y que los signos son indispensables para el pensamiento. Las ideas se expresan por las palabras o sonidos articulados, que son los que resultan más útiles para el común de los hombres. De allí que el signo cobre gran peso, por lo que cree que aproximarse a una ciencia del signo, sobre todo de aquel que tiene que ver con la lingüística, que son los más adecuados para el intercambio conceptual.
El signo abarca entonces tres aspectos: el que tiene que ver con la naturaleza de las cosas y cómo operan; el que se relaciona con las acciones y sus fines, desde el punto de vista volitivo y racional; y que que implica un modo de alcanzar y comunicar ambas cosas conjuntas. Lo más curioso es que para desarrollar esta idea de signo como expresión del pensamiento, utiliza un neologismo extraído del griego: la palabra SEMIOTIKÉ, que Locke deriva de un término acuñado hacia finales del siglo XVIII por un impresor y compilador humanista francés: Henricus Stephanus, que había escrito en un tesauro el término "semeiotiké" (otro neologismo), para referirse al estudio de los signos. La palabra "semiotiké" va a ser reusada dos siglos después para definir la ciencia de los signos: la semiótica.
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